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La Lima de Vargas Llosa

Publicado: 2011-06-17

Terminado el proceso electoral con los resultados que ya todos conocemos, proceso en que nuestro ilustre Nobel Mario Vargas Llosa, obligado por las circunstancias, tomó partido por quien nunca se imaginó, involucrándose nuevamente en política, quiero refrescar en mi memoria su imagen de escritor genial que permanentemente me acompañó y por el que siempre sentí la mas rendida admiración, haciendo un recuento de las emociones que me embargaron cuando, hace ya mucho tiempo, comencé a leerlo y que, estoy seguro, han sentido muchos de sus lectores, emociones que me llevaron a recorrer los lugares que el Nobel cita en sus novelas “La Ciudad y los perros” y “Conversación en la Catedral” las que considero mis favoritas, anticipándome por muchos años al libro escrito por el periodista Rafo León y a los recientes intentos de la Municipalidad de Miraflores por instaurar un circuito denominado “La Ruta de Vargas Llosa”.

Cuando leí por primera vez “La ciudad y los perros” (la he releído infinidad de veces), tenia doce años. Recuerdo que la novela me impacto de tal manera, que le insistí a mi padre (Q.E.P.D.) que me llevara a Miraflores, quería conocer las calles del “barrio alegre” que el Nobel describía en su libro. Emocionado, di vueltas al Parque Salazar, al igual que Alberto y Helena en la novela, caminé como sonámbulo por las tres cuadras del Jr. Diego Ferré (transversal de la penúltima cuadra de la Av. Larco). Me imaginaba a Alberto, Tico, Pluto y al resto de sus amigos, caminando por esas calles planeando la infaltable fiesta de los sábados, la asistencia a la matiné dominical en los viejos cines “Leuro” o “Ricardo Palma”, jugando fulbito o simplemente conversando. Mi papá, con su paciencia característica, me tomó una foto en el cruce de Colón y Diego Ferré “el corazón mismo del barrio”, como escribe Vargas Llosa en la novela.

Días después, tuve oportunidad de visitar el Colegio Militar “Leoncio Prado”, siempre acompañado de mi padre. El impacto me dejó sin habla, deambule por las cuadras de los cadetes, la pista de desfile, “el extenso comedor”, el sitio donde se ubicó “La Perlita”, la Prevención, la cancha de futbol y los muros por donde los cadetes “tiraban contra”. Alucinaba pensando que en esos ambientes habían caminado Alberto, el Jaguar, el Esclavo, el Boa, Cava, Rulos el Teniente Gamboa, en fin todos los personajes de la novela. Tenía doce años y hasta ahora no puedo evitar un estremecimiento cuando recuerdo ese “tour vargasllosiano” (me irrogo la paternidad de este neologismo) que realicé junto a mi padre.

Años después y ya solo, hice un tour semejante en algunos lugares mencionados por Vargas Llosa en su monumental obra “Conversación en la Catedral”. Me paré en la puerta del edificio que fuera el último local del diario “La Crónica”, donde en “el medio día gris” “Santiago mira la Av. Tacna, sin amor” y hace su inmortal pregunta “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

Caminé por La Colmena, siguiendo la ruta emprendida por Zavalita (aunque sin las manos en los bolsillos, ni cabizbajo), llegué a la Plaza San Martin y visite el Bar Zela donde este se encuentra con Norwin, luego haciendo un esfuerzo de relaciones públicas pude ingresar al, por entonces, vacio local donde funcionaba el “Negro-Negro”, emblemático centro nocturno de la Lima de los años cincuentas. Revise cada rincón, imaginando a Zavalita y a Carlitos conversando entre “dos cervezas alemanas, ésas de lata” y “paredes tapizadas de caratulas de “The New Yorker”, brillantes, irónicas, multicolores”, mientras que “Alguien, oculto en la oscuridad, tocaba el piano”.

Siguiendo mi recorrido vargasllosiano, visite el local abandonado y en escombros de lo que fue el Bar-Restaurant “La Catedral” (tercera cuadra de la Av. Alfonso Ugarte), lugar donde tiene lugar la conversación entre Zavalita y Ambrosio, dialogo que es el eje de la novela. Aún en ese estado, se puede apreciar en el frontis la entrada en forma de portón de iglesia que diera lugar a su nombre.

Ya en Miraflores, pude entrar a la pequeña Quinta “Los duendes”, ubicada en la primera cuadra del Jr. Porta, donde fueron a vivir Zavalita y Anita, su esposa. Salvo las inevitables remodelaciones, en líneas generales, la quinta sigue igual a como la describe el escritor “Ahí estaba: la fachada rojiza, las casitas pigmeas alineadas en torno al pequeño rectángulo de grava, sus ventanitas con rejas y sus voladizos y sus matas de geranios.

Cabe señalar que en esta Quinta vivieron realmente Vargas Llosa y Julia Urquidi (la famosa Tía Julia) cuando, a fines de los años cincuenta, contrajeron matrimonio. Inclusive el episodio narrado en el primer capítulo de la novela, en que el camión de la perrera se lleva a “Batuque”, el perro de Zavalita y Anita, está basado en un hecho similar que le ocurrió al escritor, cuando junto a su esposa vivían en esa Quinta y tenían un pequeño perro del mismo nombre.

Confieso que no me sentí satisfecho con solo conocer la Quinta, quise saber más y llevado por mi curiosidad, averigüe que la flamante parejita de recién casados ocupó el Departamento “D” (entrando el tercero de la derecha). Me hubiera gustado ingresar, con el permiso de sus ocupantes claro, pero en ese momento ellos no se encontraban. Espero que esta revelación no les origine problemas, pues confío que en algún momento podré conocerlo por dentro.

En la actualidad la Quinta se encuentra rodeada de bares que, me parece, no le dan un marco adecuado a lo que sin lugar a dudas es un inmueble emblemático de la obra de Vargas Llosa. La Municipalidad de Miraflores debería hacer algo al respecto, si de verdad quiere homenajear al Nobel.

Como anoté al iniciar este artículo, el proyecto del “tour vargasllosiano” (reafirmo mi paternidad sobre este neologismo) lo tuve hace muchos años, sin embargo por “quedado” (aunque mi esposa utiliza un adjetivo más fuerte y le doy la razón) nunca lo llevé a cabo, inclusive lo he recorrido muchas veces y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que hay muchos lugares citados por el escritor que no han sido tomados en consideración por proyectos similares.

Si usted es admirador de Mario Vargas Llosa, le propongo una nueva manera de leerlo. Agarre su novela favorita y recorra esos lugares de Lima descritos en la obra, imagínese a los protagonistas en ellos, lea esas partes del libro, involúcrese en la trama y sea parte de la ficción.

Una cámara fotográfica lo ayudará a inmortalizar esos momentos y podrá decir “Yo estuve ahí”

Estoy seguro que me lo agradecerá.


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